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El monstruo y lo teologal

«Había en la ciudad un monstruo humano de cuyo pecho sobresalían la cabeza y de la espalda un pie de un hermano suyo inserto internamente; había nacido en Génova en 1617 y los llamaban al mayor Lázaro y al menor Juan Bautista. Como se dudaba si fueran dos hombres o uno sólo y si deberían bautizarlos en plural o en singular, Caramel fue llamado a dar su opinión, llegó y lo apretó con gran fuerza. El joven gritó y Juan preguntó la razón de su grito repentino. Él respondió que era tanto el dolor que no podía sufrirlo. En seguida tomó el pie que sobresalía por la espalda y lo torció fuertemente, la cabeza que se asomaba por el pecho empezó a inquietarse y luego a gritar, pues no podía hablar. Preguntado Lázaro, respondió que no sentía ninguna pena. Infirió Caramuel que eran dos cuerpos y dos almas, y por lo tanto dos hombres, y en consecuencia o deberían ser bautizados en plural o bajo dos formas singulares, bautizando primero al uno y después al segundo”.

Dos causas de lo monstruoso sobresalen entre las dadas por Ambroise Piere en su tratado de Teratología: la primera causa del monstruo es la grandeza de Dios, la segunda, su cólera. Lo monstruoso es aquello que en la naturaleza pertenece a una especie formada por un miembro único. El monstruo carece de genealogía, y está, en rigor, fuera de lo natural, pues para que pueda verificarse la existencia de algo en la naturaleza es necesario aguardar a su reproducción. El monstruo es una centella, una excepción que apunta a una excepción mayor y fundadora: lo divino. Esta excepción es la cumbre desnuda desde la que puede leerse el mundo, cumbre que coincide con la Melancolía: lo que Gracián llamó la contracifra de las cosas. Lo monstruoso, en lo que nos esforzamos por leer un vestigio de sentido, apunta a que el Universo es secretamente una Anamorfosis, a que es una excepción y no un orden, a que es sólo una de sus apariciones. De ahí que el Todo sea esencialmente lo monstruoso, la serpiente que se devora a sí misma, Uroboros. La Naturaleza verdadera es el camino del Teratólogo y del Buscador de Monstruos. Ya señala sus propósitos Eusebio Nieremberg en su Oculta filosofía (1633): «Si toda la contemplación de la naturaleza es apacible y gustosa, aun con su primera vista y considerada sólo por la corteza, mucho más amena y agradable será cuando se penetran sus secretos y se entra en lo hondo de sus misterios. Ahora tomaremos más de propósito esta empresa, violaremos su más sagrado retiro, llegaremos a lo arduo, lo dificultoso, a lo inaccesible, a su mayor sacramento que es la simpatía y antipatía, como hablan los Griegos; esto es, una secreta conformidad y aversión que hay en las cosas conque se ejecutan efectos admirables por lo extraordinario y anómalo que tienen a la vista, y lo invisible y oculto de sus causas».